El sector de la automoción permanece en constante desarrollo, pero en los últimos tiempos dicho desarrollo se ha visto acelerado por un escenario totalmente disruptivo. La transformación a la que se aboca el conjunto de la automoción, que va mucho más allá de un proceso meramente industrial, obliga a un cambio absoluto en todos los aspectos.
Cambio para el que es necesario contar con el apoyo y la actuación directa de los reguladores, que deben proporcionar la seguridad jurídica necesaria a fabricantes, proveedores y usuarios, así como establecer un un marco atractivo para la inversión e innovación.
Es decir, el sector de la automoción necesita de una regulación inteligente, pero debe de ir mucho más allá del sector en sí mismo y contribuir a sentar la base de la nueva movilidad. Por ello, dicha regulación inteligente debe caracterizarse por:
- Proactividad: debe anticiparse a las necesidades de la industria y no ser reactiva, de lo contrario no se permitirá el desarrollo necesario de la innovación.
- Orden y estabilidad: la normativa debe responder a un diseño y planificación claros que respondan a una estrategia a largo plazo, de forma que esté ordenada en el tiempo y no sufra modificaciones en períodos de corta duración por cuestiones coyunturales.
- Homogeneidad: las regulaciones deben ser equitativas en todos los niveles, con el objetivo de evitar incertidumbre en los usuarios, así como desigualdades.
- Simplicidad: el marco regulatorio debe ser sencillo y fácil de comprender por todos los usuarios.
Una regulación que reúna estas características permitirá fortalecer el mercado interior y a la industria fomentado un marco atractivo para los inversores y usuarios.