“Los coches del mañana serán iPhones con ruedas”. Esta frase de José Vicente de los Mozos, da buena cuenta de la situación de transformación que vive en estos momentos el sector del automóvil. El presidente de la Asociación Española de Fabricantes y Automóviles, más conocida como Anfac, lo explicó recientemente en un desayuno informativo en el que si algo quedó claro es que el reto es para la industria pero también para el regulador.
Porque sí, “se deben potenciar las nuevas inversiones tecnológicas o la atracción de nuevos fabricantes de componentes de los vehículos del futuro”, como dijo De los Mozos, pero todo eso sólo podrá hacerse con el desarrollo de una regulación inteligente que establezca una base adecuada para dicha transformación.
¿Y qué es una regulación inteligente en este caso? En palabras del responsable de Anfac: “Una regulación estable, homogénea, que dé seguridad y estabilidad a las inversiones, certidumbre y confianza a los clientes, que fomente la renovación del parque, el crecimiento de las ventas de vehículos cero emisiones y la atracción de proyectos en vehículo conectado y autónomo”.
Un marco regulatorio que acompañe al esfuerzo que está haciendo un sector que invirtió el pasado año más de 3.000 millones de euros, lo que supone un 42% que el año anterior. Una inversión dirigida a transformar el sector “hacia la nueva movilidad del futuro”.
Un cambio necesario para todos –la industria directa, la subsidiaria y el conjunto de los ciudadanos– que exige responsabilidad por parte de las autoridades competentes para dotar al sector de ese marco regulatorio inteligente que permita una transformación efectiva y eficiente.