Internet acaba de cumplir 50 años. El 29 de octubre se cumplió medio siglo desde que se realizó la primera transmisión de datos por red entre dos ordenadores. Nacía así lo que hoy entendemos como internet. Lo años 70 estaban llegado a su fin y un clic hizo que la Universidad de California transmitiera un mensaje compuesto por dos letras a la Universidad de Standford, a más de 500 kilómetros de distancia, a través de la red Arpanet, desarrollada en parte por el ejército estadounidense.
Desde entonces se han sucedido incontables avances tecnológicos en materia de transmisión de datos e internet, desde la creación del lenguaje de la red, el HTML, hasta el inicio del uso del 5G, clave en el desarrollo de lo que se ha dado en denominar “el internet de las cosas”. Estos avances, que se han sucedido a un ritmo exponencial, han ido suponiendo un cada vez mayor reto desde el punto de vista regulatorio que no ha encontrado respuesta.
Entre muchos de esos restos, se encuentran los referidos a la fiscalidad que deben afrontar las Big Tech, la protección de los datos personales y aquellos que generan los internautas, el tratamiento de una tecnología como la block-chain cuyas implicaciones a nivel financiero suponen una auténtica revolución o la estructuración de un corpus legislativo que garantice estabilidad y un campo de juego unívoco al comercio electrónico.
Las instituciones, tanto en formato transnacional (Unión Europea) como en el marco de los estados, tienen ante sí un reto de enormes proporciones: el desarrollo de las regulaciones necesarias para hacer frente a los cambios que estos avances tecnológicos han ido planteando a lo largo de las últimas décadas. Un reto que debe de afrontarse con un principio claro de regulación inteligente, pues en pocos ámbitos se entiende mejor la necesidad de hacer que la regulación, lejos de imponer un problema, genere soluciones y ayude a crear oportunidades.