A finales de los años 90, las instituciones comunitarias anunciaron su compromiso de reformar la regulación del control de tráfico aéreo. La meta final era alcanzar un único sistema para todos los países integrados en la UE, en línea con los objetivos de convergencia de mercados que han estado presentes en todas las grandes actuaciones del proyecto europeo.
Casi 20 años después, la fragmentación sigue siendo una realidad, lo que genera importantes sobrecostes al sector del transporte aéreo. Según los estudios de la Comisión Europea, la disparidad de normas y criterios supone un golpe anual de 5.000 millones de euros, un coste que se termina traduciendo en precios más altos para los pasajeros.
De acuerdo con IATA, la Asociación de Transporte Aéreo Internacional, el ahorro que podría lograrse en un vuelo medio de 180 minutos alcanzaría los 50 euros en clase turista. Además, el cielo único europeo acortaría los tiempos de vuelo (11 minutos menos), acotaría los retrasos (8 minutos menos), aumentaría las frecuencias (un 35% más), reduciría el consumo de combustible (5 euros menos por pasajero a bordo) y recortaría las emisiones de CO2 (hasta un 10%).
Los subespecios aéreos implican rutas más largas y generan problemas de coordinación del tráfico aéreo. Además, generan una fragmentación tecnológica y suponen sobrecostes de gestión. Frente a ese paradigma, la perspectiva de consolidar al fin un mercado único para el tráfico aéreo constituye una atractiva meta y debería invitar a los representantes europeos a redoblar sus esfuerzos en este sentido.